domingo, noviembre 18, 2007

Saladitos y gaseosas en el autobús

Como casi todo en este país, los viajes en autobús también encierran miles de sorpresas. Ya no hablo de las combis, ahora toca postear sobre los autobuses interurbanos.

Agarro el bus dirección Pisco y la primera sorpresa llega antes de abandonar el caos circulatorio de la capital: el autobús se puede coger en cualquier lugar en el que se pare. En un semáforo en rojo una mujer grita desde la acera: "maestro, ¿va a Arequipa?". "No señora, a Ica". La señora no subirá pero hasta que por fin salgamos de Lima más de una decena de personas han subido. Algunas haciendo gestos desde la acera, otras en una especie de paradero oficioso. El auto, que en la estación "oficial" estaba a medio llenar, está ahora prácticamente lleno.

Las similitudes con las combis no acaban allí. Los autobuses interprovinciales también recogen a ambulantes. "Señores: gaseosas, helados, saladitos". Esto ocurre en la misma Panamericana Sur, parte de una carretera, la Ruta Panamericana, que comienza en Argentina y acaba en Alaska. Son casi 28.000 kilómetros en total que los primeros habitantes del continente recorrieron en 28.000 años, a kilómetro por año, quedándose en las zonas donde había caza y alimentos y abandonándolas cuando ya no quedaba nada. No sé cuánto tiempo le costará a un autobús ahora pero lo que es seguro es que si compras una gaseosa a cada ambulante que suba te vas a arruinar por mucha plata que tengas.


Los ambulantes, después de recorrer el autobús de principio a fin, se sientan en una plaza libre del principio del vehículo, dejan su cesto colgado de los compartimentos para ropa que hay encima de los asientos y esperan a que el conductor (aquí chofer, con acento en la e) pare de nuevo para bajar y abordar el siguiente bus. Cuando arrancamos de nuevo sus figuras se pierden en el desierto de arena que hay entre Lima y Pisco a la espera de un nuevo vehículo que le jale para seguir vendiendo sus artículos. Así día tras día, año tras año. Seguimos nuestro camino sin el vendedor y su cesta de comida balanceándose entre las dos filas de asientos. Los pasajeros también bajan en mitad de la nada, cerca de pueblos inexistentes para los mapas, formados por un centenar de casas que se extienden por las dunas de arena.


La tele del autobús también es para comentar. Al igual que ALOSA en España, el primer vídeo (video en Perú) tambien habla sobre "la mejor, más moderna y más grande flota del país" y cosas por el estilo como "la formación de nuestros conductores", "los rigurosos exámenes de ingreso" y, un punto que me sorprendió, la "defensa de los derechos laborales". Espero que sea verdad. A mitad del vídeo-video la cosa ya cambia: el presentador comienza a hablar de los ladrones que puede haber en el interior del bus y de sus tácticas más usadas, que se nos muestran a continuación. El anuncio tiene final feliz. Gracias a que un pasajero ha hecho caso a las indicaciones del video y ha avisado al conductor, el ladrón acaba en manos de la policía. ¡El bien prevalece!

Y ahora dos anécdotas que me ocurrieron en mi viaje de vuelta a Lima la semana pasada: la bronca que el pasaje echó al chofer y la historia de mi compañero de asiento. La primera ocurrió cuando quedaba una hora para regresar a la "ciudad de reyes". El conductor iba demasiado deprisa y un par de personas comenzaron a gritarle que redujese la velocidad. Segundos después todo el pasaje se sumó a las protestas. Y con razón. El conductor al final desistió en su empeño de emular a Raikkonen (¿se escribe así?) y tuvo que frenar de golpe. El autobús se paró finalmente fuera de la carretera, en una vía de servicio.

La segunda es la historia de un ataque de Sendero Luminoso en Huánuco en 1990. Sendero Luminoso fue, es, fue, sigue siendo... No sé qué tiempo verbal poner. Lo que está claro, por suerte, es que los terroristas, los "terrucos", ya no tienen el poder de décadas anteriores.

A lo que iba, el militar compañero de asiento me contó el ataque que sufrió su grupo en Huánuco en 1990. 40 soldados se encontraban en una base instalado a la orilla de una carretera. Detrás del edificio había un precipicio y al fondo un río. En el otro lado selva, ceja de selva. Unos 200 senderistas emboscaron la base desde la selva. Una granada explotó en el interior de la base. El militar estaba en el área de efecto. Salió despedido del edificio e, inconsciente, cayó por el precipicio hasta el lecho del río. Una vez repelido el ataque senderista, sus compañeros lo encontraron ya consciente pero sin poderse mover a causa de las heridas sufridas. Ocho de sus compañeros no lo contaron.

Al acabar su relato, el militar se remangó las mangas de su camisa y señalando a su brazo me dijo "mira". Era de noche y no había apenas luz. "No veo nada". Me cogió las manos y las pasó por su brazo. Entonces noté todas las esquirlas que aún tenía. Luego hizo lo mismo con su nariz y frente. Toda la espalda estaba llena de metralla. Parecen granos que puedes explotar si haces la suficiente fuerza pero nada más lejos de la realidad.

Después me contó la historia de un compañero suyo. Iba en un autobús con su mujer a Lima. Era la época en la que los senderistas controlaban los caminos en provincia. Sendero se había enterado de que en ese vehículo viajaba un soldado. Bloquearon la vía e hicieron identificarse a todo el pasaje. El militar llevaba documentación civil pero también una pistola en una funda que colgaba de su brazo. Lo primero le salvaba pero tenía que deshacerse del arma. Desesperado, la dejó debajo del asiento. Los senderistas le pidieron la documentación y no vieron nada sospechoso en ella.

Tras revisar el DNI de todos los pasajeros, los terroristas no se dieron por vencidos y cachearon a todo el pasaje en busca de algo incriminatorio. La funda delató al soldado. A empujones lo hicieron bajar del vehículo y lo llevaron a la cuneta. Su mujer, a quien no dejaron bajar del vehículo, oyó dos disparos. Dos mujeres senderistas (ellas fueron quienes coparon el liderato de la organización y se las tiene como las más sanguinarias de todos) comenzaron a discutir entre sí por quién le daba el tiro de gracia. La mujer del soldado escuchó el tercer disparo, el fatídico. Los senderistas abandonaron el lugar con el cuerpo del militar al costado del bus.

El miedo paralizaba a quienes iban en el autobús. El conductor y el pasaje no sabían qué hacer, si bajar a coger el cuerpo o seguir su camino sin correr riesgos. La mujer no se lo pensó y descendió del vehículo a ver al que pensaba su fallecido marido. Pero el soldado no estaba muerto.

Milagrosamente el tiro de gracia no fue mortal e impactó en la nariz, no en la nuca adonde iba dirigido. Un verdadero milagro estando a medio metro del arma. Al ver que estaba vivo el conductor reaccionó y lo llevaron a un hospital donde se recuperó de los dos disparos en la espalda y el de la nariz.

No es un libro histórico pero si alguien quiere saber cómo eran los ataques de Sendero Luminoso "Abril rojo", Santiago Roncagliolo, recrea el aura de temor e impunidad que creaban los terrucos en provincia. La guerra contra el terrorismo acabó con casi 80.000 vidas en un país con la mitad de población que España. Otro día hablaré sobre el jirón Quilca y los libros a 10 soles (2,5 euros) y de cómo un amigo asistió, obligado como todo el pueblo, a un "juicio popular" que los emerretistas, Movimiento Revolucionario Túpac Amaru, otro grupo terrorista, realizaron.

2 comentarios:

Señor_S dijo...

Muy bueno el articulo no sabia de la existencia de esa autopista debe molar cruzar todo el continente con el coche, carretera y tabaco ouuu. jeje
Oye no te acercaste a ver el peru brasil? Ya se k no te interesa el futbol pero por ver a brasil, no?
Un saludo

dAv!d dijo...

¡Qué casualidad! Ayer mismo me contaba mi novia cómo son los autobuses allá. Pero además, me habló de azafatas (similares a las de los aviones), aunque era otra carretera y se refería a un viaje de 17 horas (Cuzco-Lima). Gracias por seguir abriéndonos a otro mundo desde un punto de vista "muy nuestro".