miércoles, septiembre 19, 2007

Mi primer día por Lima

Y así, de repente, ya estoy aquí. Después de tanto tiempo de preparativos y varias despedidas, finalmente he llegado al Perú, como se le llama por acá.

Las trece horas de vuelo se pasaron rápido entre sueño y sueño y vistazos a la pantalla para ver qué país estábamos sobrevolando. Al llegar a los Andes pude ver una tormenta como nunca antes había visto. Lástima que fuera de noche y no se viera la cordillera, sólo relámpagos ocupando gran parte del horizonte. El de vuelta lo cogeré de día.

Rellenando la Tarjeta de Migración Andina vi que está totalmente prohibido introducir pisco chileno en el país. El pisco, probablemente más fuerte que el tequila (el finde lo confirmo), es fuente de conflicto entre ambos países. En palabras de un compañero de aquí, es "cuestión de orgullo nacional". A grosso modo, el pisco es peruano, pero Chile aprovecha su mayor capacidad productora y una mejor campaña publicitaria para hacer competencia a su vecino del norte.

Un poco antes de aterrizar en El Callao, el comandante avisó que debido a la garúa, la eterna niebla de Lima, tal vez aterrizáramos en Pisco, la zona más afectada por el terremoto del 15-A, y no en el aeropuerto de Lima como estaba previsto. Mi compañera de viaje se puso algo intranquila al escucharlo y me comentó que había oído que algunos aviones habían sido asaltados por los habitantes de la zona en busca de alimentos, ropa y medicinas.

Finalmente, todo salió como estaba planeado y aterrizamos en el Jorge Chávez antes incluso de la hora fijada. Al tocar tierra el avión, los pasajeros peruanos rompieron a aplaudir. Debe ser una costumbre latinoamericana, porque según tengo entendido los puertorriqueños también hacen lo mismo.

Tras pasar los diferentes controles aduaneros, me dirigí a los taxis y allí estaba una persona esperándome con un cartelito que ponía "Sr. Defender of the faith". La sensación fue un tanto extraña, mitad hombre de negocios-mitad esto me lo cuentan y no me lo creo. La avalancha de taxistas se limitó a tres o cuatro personas que me ofrecieron ir en su taxi.

Camino a Lima en el taxi que manejaba Jorge vi, o intuí, la garúa, la niebla que cubre Lima e impide ver el sol en ningún momento del día, al menos en invierno, al que despediremos el próximo domingo. También pude comprobar con mis propios ojos la circulación.

En las charlas que he tenido estas últimas semanas con gente que ha estado en el país, todos ellos me avisaban de que la circulación aquí es caótica. Y sí, tenían razón. Los intermitentes son algo que nadie usa en los carros de Lima. Teniendo en cuenta que se invade el carril de al lado cada dos por tres y con un lema que deber ser algo así como "o te apartas o te aparto", lo mejor es tomárselo con tranquilidad, abrocharse el cinturón y dedicarse a hablar con el taxista o mirar el paisaje.

De todas maneras, una cosa hay que reconocerles, y es que conducen/manejan bien. No es la primera sensación que tienes al coger un coche y ves como el carro de al lado se incorpora a tu carril pasando a 10 centímetros del vehículo en el que vas, que, evidentemente, ha tenido que pisar el freno bruscamente pero son expertos en calcular cuál es el último momento para frenar y si en ese espacio cabe el coche o no.

Una vez instalado y sorprendido por el frío que hacía, no por la temperatura si no por la humedad (superior a los 80 grados, se cala en todo el cuerpo), me fui a dar una vuelta por los alrededores. Parque Kennedy, Óvalo José Pardo, Avenida Larco, el Pacífico, etcétera.

El Parque Kennedy es una zona verde (como su nombre indica) ubicada en el barrio con más vida de Lima: Miraflores, o al menos eso dicen las guías. Hay juegos para los niños, exposiciones de artesanía y pintura y, en un pequeño foro, un cantante anima las noches del fin de semana a los limeños cantando boleros que salen a bailar y no se cortan en pedirle esta o aquella canción. Según el cantante, tres matrimonios han salido de esa pequeña verbena. No sé si animaba a la gente a bailar o a irse a casa.

En los puestos artesanos pude ver ya el primer día un par de cosas que cuando le coja más tranquillo a esto de regatear caen fijo. Al menos, el ajedrez de incas y conquistadores. Pero mi primera compra no fue aquí si no en un puesto callejeros; un Marlboro y una botella de agua por 7,5 nuevo soles o, lo que es lo mismo, menos de dos euros. ¡Y yo pensando en dejar de fumar!

Un rato después me entró hambre y paré a comer en un pequeño bar en los alrededores donde pude probar la chicha morada. Buenísima. De la comida no hablo porque consistió en una hmburguesa de las de toda la vida. El primer día paso de probar picante, tiempo habrá.

A media tarde bajé la Avenida Diagonal rumbo al malecón Luis Cisneros, con su jardín del amor y sus vistas al Pacífico. El océano no decepcionó. Conforme mi estancia en Lima iba cogiendo forma, me entraban más ganas de verlo. Y no desmereció para nada. La niebla daba un toque fantasmal a la línea del horizonte, lo que contrastaba enormemente con la cantidad de surfistas que había en los primeros metros de agua.

Y nada más, a cenar y a dormir. Mañana seguiré con mis andanzas por aquí.

PD: de lo que se entera uno leyendo los medios locales. ¡El Chavo del ocho (aquí Chespirito) se pegaba unas fiestas de mil pares de cojones! Otro ídolo de la infancia que cae. Primero Maradona, ahora El Chavo... sólo falta Chema, el panadero de Barrio Sésamo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Bien, bien. Buen comienzo!

Señor_S dijo...

Buen comienzo amigo mio, disfruta de la estancia por aqui cuando pase pondre noticias, la granizada que cayo el lunes en huesca y poco mas,
Un saludo

Serjuzu dijo...

Dios!!!! y la chilindrina también estaba en las juergas con los narcos!!! que desilusión...

que vaya todo muy bien.

Defender of the Faith dijo...

Gracias a todos y lo siento por tardar tanto en contestar. Un saludo desde el otro lado del charco