Cobradores de combi malhumorados, semáforos inexistentes, manifestación de fujimoristas en el parque Kennedy, un lomo saltado con su ají en el jirón de la Unión, dar una vuelta en bote en El Callao, las incakolas compradas a un vendedor ambulante en Emancipación, salir de la chamba a echar un pucho (por cierto, tres días sin fumar) mientras contemplo el tráfico infernal del centro y escucho mil bocinazos por segundo, esas escapadas para comer que se convertían en un visita guiada por el centro de Lima, sus costumbres y su historia, bañarme en el Pacífico en pleno diciembre y notar el frío de la corriente Humboldt, las noches de salsa, recorrer el circuito de playas por la noche mientras me cuentan el porqué del nombre de cada playa y cómo era en décadas pasadas (y, como siempre en Perú, te llevas sorpresas); las chelas, sobre todo de Cusqueña, hasta altas horas de la madrugada; regatear con el cambista por un mejor cambio mientras el dólar baja a cada día que pasa; como los brokers, estar pendiente de la cotización del sol frente al dólar (y no sé porqué alegrarme un poco cada vez que subía. Mi cartera, en cambio, no); regatear con el taxista "15 no. 8 soles, que ya llevo tiempo acá"; cruzar por primera vez el Puente Trujillo y ver, por primera vez en mi vida, extrema pobreza. La de España es incomparable; seguir hasta el cerro de Huáscar y ver todavía más miseria; tomar un jugo de papaya arequipeña en el mercado San Camilo de Arequipa, ver desde un cerro a unos 4.000 metros de altura cómo Cusco amanece y las luces de farolas y edificios van disipando la niebla mientros tomo mi mate de coca para el soroche, el mal de altura; saludar a alguien y ver como se aparta cuando le voy a dar el segundo beso (allá es sólo uno); que venga un vecino a casa a ayudarnos con la terma y que, en veinte minutos, no se dirija en ninguna ocasión a las dos chicas con las que vivía; que ese mismo vecino las vea en el ascensor y únicamente les diga "saluden a su compañero", ir a comer con las compañeras de mi jato y que sólo me den la carta y la boleta a mí, para algo soy el macho; ese concurso de acabarse la chela de litro el primero entre peruanos, colombianos y un oscense y acabar segundo; no poder acabar toda la comida que nos ponen en el plato, y mucho menos el pisco sour, los amigos de San Juan de Lurigancho o Pamplona Alta que nos invitan a comer en su casa a pesar de pasarlas bien putas para llegar a fin de mes; recorrer mil librerías en el jirón Quilca en busca de las últimas novedades pirateadas a 10 soles, tras regatear claro; ir en camisa a las 6 de la tarde en uno de los últimos días de noviembre; pasear por el Puente de los Suspiros en Barranco (el barrio entero es una joya) y llegar al mirador desde el que se ve el Pacífico; comer cebiche en Chorrillos tras una noche entera de fiesta (y lo que quedaba todavía); ir siete personas en un taxi de cinco con guitarra y chelas incluidas; bailar flamenco en casa de un amigo mientras otro pregunta dónde me dejé el ritmo; una réplica de 4,2 en la habitación de mi hotel en Pisco, contemplar el cielo más estrellado que he visto en mi vida desde un solar de Pisco en el que las tiendas de campaña han reemplazado a los edificios; ir en un autobus por la sierra camino al Machu Picchu que, como en las películas, pasa a medio centímetro del precipicio; ser perseguido por una mujer con pollera que se ha enterado de que le he hecho una foto y quiere cobrar, pasear por el Machu Picchu entre una niebla de mil pares de cojones, una tromba de agua y llamas y alpacas que pacen tranquilamente, coger una borrachera muy, muy extraña en Cusco (la falta de oxígeno también se nota a la hora de beber) con cubatas a un euro; ser sorprendido en un restaurante a la hora del postre por la mascota del local, una rata enorme; las jaulas de madera llenas de cuys, cobayas, que esperan a que un cliente las elija para desnucarlas, aplastarles el craneo para comprobar el sexo y posteriormente comérsela; contemplar los Andes desde el avión en los vuelos que he hecho por la zona, la comida de despedida en La Onceava de Barranco con músicos en vivo durante un buen rato (y entre los instrumentos, una quijada de burro. Había que golpear con el puño en la parte trasera. Así, los dientes, que estaban medio sueltos, sonaban); los festines que nos arreamos en Arequipa, ya en casa de un amigo que nos acogió como si fuéramos de la familia o en los restaurantes; la catedral de Arequipa (de planta rectangular) y el fallo de su reloj; la noche arequipeña.
Taxistas novatos a los que tuve que guiar en mi tercer día; trucos de magia que cuando por fin salen sólo cuentan con público más preocupado por si venden pollo que por el color de la carta; sinónimos cada vez más extraños en cada caricatura que echábamos; niños explotados pidiendo dinero durante más de 10 horas en Kennedy; que los tombos, la policía, me roben el tabaco de la mesa del velador mientras me preguntan por una dirección; salir huyendo de "la calle de las pizzas", un boulevard totalmente orientado al turista que a pesar de ello es ahuyentado por los pesados de "relaciones públicas" de los bares de la calle; pasar al lado de mil perros callejeros, perrazos callejeros mejor dicho, entre los escombros de Pisco; las exposiciones, conciertos y representaciones en la Casa de la Cultura de España en Lima, dirigida por otro oscense de puta madre; escuchar de un amigo "soy más peruano que el arroz con leche" mientras recuerdo que eso en mi casa también se hace; escuchar las historias, leyendas urbanas, sobre sacrificios humanos en la sierra más recóndita todavía a día de hoy; pasear por la sección de frutas del supermercado, el Vivanda, entre más de 30 clases diferentes, que si el pepino-melón, el durazno, la papaya, el "moco", etcétera.. ; escuchar Héroes del Silencio en cada bar que voy cuando se enteran que soy español (esto, por mucho que fuera para ser amable, los días del concierto para el que tenía entrada ponía de una mala hostia...); ir al Queirolo a beber y comer al salir de la chamba (no le preguntéis a un peruano si quiere ir a comer pinchos. Mejor llévatelo de tapas o a picar algo directamente); escuchar como dicen "miércoles" en lugar de "mierda"; que se quejen de lo que fumanos, gritamos y la cantidad de lisuras, insultos, que usamos los españoles; aguantar varios días en la chamba como me gritan el "¿por qué no te callas?" cada vez que abro la boca (peor fue con la agresión en el metro de Barcelona); los inevitables "¿y tú? ¿has traido el oro que os llevásteis?"; a pesar de ello, y sorprendentemente, escuchar como llaman a España "la madre patria"; enterarme que en el bar de siempre, en recuerdo a los españoles que hemos estado, han incluido la paella y el kalimotxo en la carta y tantas y tantas otras cosas que recordar que un post se queda corto, un blog también y una enciclopedia casi, casi.
Hará sólo falta esperar a las vacaciones de verano para conocer el invierno peruano y comer de nuevo otro arroz chaufa y de postre suspiros a la limeña.
EXTRA: fin de año en Perú.
POSDATA: aunque ya esté en Huesca, la serie de Un oscense en el Perú seguirá durante una temporada. Por verdadera falta de tiempo (y esta vez sí que es verdad, no ha sido por perrería), han quedado mil historias sin contar. Cuando ya haya aterrizado al cien por cien de nuevo en nuestra pequeña aldea retomaré las aventuras por Perú. Y en cuanto arregle una cosa de la mierda de ordenador que tengo en casa hasta podré colgar fotos y todo.
POSDATA 2: un poco tarde pero feliz año a todos.
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4 comentarios:
Muchas gracias, me ha resultado muy enriquecedor y muy divertido contrastar tus experiencias con mi novia (y pedirle que me explicara la mitad de las mismas).
Un saludo y bienvenido de nuevo a Huesca.
Por cierto que si quieres volver a comer arroz chaufa, no hace falta que esperes al verano, en mi casa se come casi todas las semanas, y estás invitado.
gracias a ti por seguir mis andanzas por perú y por invitarme a comer. Te mando un mail y quedamos. Yo llevo el pisco, jeje, y si consigo jarabe de goma ya tenemos el pisco sour
pues acabo de leer esto, oye y te bañaste en bañador de invierno o de verano? que con esos fríos de la corriente Humboldt...
madre miaaaaaa lo que he leído
La pena que no lo haya leído antes y así poder comentarte unas cosillas que te iban a dar para pensar (o no)
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